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REPORTAJES METROPOLITANOS

FE DE RATAS

FE DE RATAS

* El Metro y la Merced

   Tienen las más Grandes

Por RAMIRO GÓMEZ-LUENGO

Como todas las estaciones del Metro, la de Portales está virtualmente sitiada por una variada y colorida muralla de puestos ambulantes, fijos y semifijos, en los cuales se venden los más diversos productos, desde los tradicionales antojitos: tacos, tortas, gorditas y tamales, hasta fayuca, muñecos de peluche, golosinas, pan dulce e incluso lencería, nada fina pero muy atrevida, pa’ que la señora saque al marido del letargo.

Sin embargo, la presencia en un radio no mayor de tres cuadras a la redonda de cuatro paraderos de microbuses, cuatro bancos, un mercado de alimentos y por lo menos 250 comercios, entre ambulantes y establecidos, ha generado un caldo fértil de cultivo para la plena reproducción de una de las plagas más temidas por la humanidad: la rata gris.

Irreconciliables enemigos, ratas y humanos parecen sin embargo haber hecho las paces sobre las oscuras (por la grasa) banquetas de la calzada de Tlalpan, en donde se les puede ver intimando a partir de las 6 de la tarde en los puestos de comida súper barata, entrándole con singular alegría, y mucha salsa, a los taquitos de suaperro, chorizo, machitos, carnitas, bistek o guisado.

Actores involuntarios de un espectáculo que le pondría los pelos de punta a cualquier ciudadano medianamente consciente del valor de la salud estomacal, los paisanos están tan absortos en llenar el buche, que mientras piden otra tanda de cinco tacos por cinco pesos no se dan cuenta que abajo del puesto donde se expenden, sumergidas en un océano insondeable de grasa y agua, las exquisitas carnes, acecha un ejército de ratas.

Excitadas por el olor, que parece ser más fuerte que el de las coladeras tapadas por la basura y en donde se forman charcos de agua puerca gracias a que ahí se lavan a mano, y sin detergente, los platos del puesto de tacos, los roedores aguardan pacientemente la caída de los pedazos de comida para lanzarse en tropel por ellos, regresando rápidamente a su escondite antes de que el sorprendido comensal pueda saber siquiera qué fue lo que pasó.

"Todas las noches es lo mismo, pero hasta eso, nomás se avientan por los pedazos de carne que se le caen a las personas cuando tratan de comerse el taco sin mancharse la ropa con la salsa, porque hasta donde yo sé, nunca han mordido a nadie", explica José, quien atiende un local establecido de jugos y licuados “donde abrimos las 24 horas del día los 365 días del año".

"Al principio sí me daba asco, pero luego me di cuenta que los paisanos somos medio contradictorios, porque muchas de esas personas que ves entrándole a los tacos mientras las ratas les caminan por las piernas luego se vienen para acá y me piden aguas o licuados, advirtiéndome que no le ponga mucha azúcar, porque están a dieta o dizque son muy sanotes".

Cuando se le pregunta al hombre de los licuados, jugos y cócteles de frutas si es cierto que por el rumbo ya se aprecian ratas del tamaño de un conejo adulto, no puede contener la risa mientras exclama: "!híjole¡, si me encontrara una así me cae que me echo a correr".

"Sí hay unas grandotas, con decirle que ni los gatos se asoman por aquí, pero del tamaño de un conejo, pues solamente las que andan rondando el tiradero de basura orgánica del mercado de Portales.

"Allí se han llegado a ver ratas de ese tamaño, aunque las campeonas, y por mucho, son las de la nave de Perecederos de la Central de Abastos, que parecen puerquitos, y me consta porque ahí compro mi fruta".

Margaritas a los cerdos

Limpio, bien iluminado y con un menú que le abriría el apetito al más remiso, el restaurante Las Margaritas contrasta notablemente, tanto en condiciones de higiene como calidad de alimentos, con los puestos de tacos y fritangas que se hallan apenas a media cuadra.

"Los puestos callejeros de comida no me quitan clientela, aunque yo pago impuestos, mientras que ellos nada más se cuelgan del poste de la luz y le dan una lana al inspector de vía pública, ya que mis comensales son en su mayoría gente que trabaja por la zona y que gusta no sólo de mi sazón, sino también de poder estar sentados en un lugar limpio y agradable".

Ernestina, quien platica con el reportero mientras ultima los detalles del menú del día con la ayuda de su hija adolescente, Natalia, considera que los que comen en la calle lo hacen por rapidez y economía, "aunque lo poco que ahorraron lo vuelven a gastar cuando tienen que comprar las medicinas para curarse la tifoidea, o ya de perdida la diarrea".

"Gracias a Dios nosotros no hemos tenido que lamentar la aparición de ratas de este lado en los tres años que llevamos al frente del negocio, aunque recientemente debimos fumigar, puesto que tuvimos una invasión de cucarachas gigantes que se nos metieron por la tubería del baño".

Ernestina considera normal la proliferación de fauna nociva en la zona debido a la gran cantidad de puestos de comida que operan con cero higiene, "lo cual se aprecia desde el color de la banqueta (negro grasoso) hasta la textura del cilantro, que si les platico cómo lo lavan, en su vida le vuelven a poner verdura a un taco".

"Por ley, todos los establecimientos que manejan alimentos deben fumigar, pero si decidieran hacerlo en los puestos semifijos sería el caos, puesto que no sólo las cucarachas, sino también las ratas y hasta los perros callejeros se vendrían para acá.

"Hace poco un cliente mío, que labora en una maderería cercana, me platicó que tuvieron que llamar a control de plagas, puesto que los obreros ya no podían trabajar debido a las constantes picaduras de pulgas, las cuales resultaron ser de rata, que son más grandes y peligrosas que las normales".

Cantar de ciegos

Autorizado por la Asociación de Ciegos, aunque ve bastante bien, Jorge es el único comerciante ambulante del Metro Portales que se dedica a un giro inesperado: la venta de muñecos de peluche con las efigies de personajes como Shreck, Elmo, Woody o Buzz Lightyear, además de que por módicos 70 pesos diarios administra el puesto vecino, donde ofrece en formato de disco compacto las últimas novedades musicales.

Este hombre, quien durante 15 años manejó con gran éxito su propio restaurante hasta que tuvo que traspasarlo luego de que su casero le triplicó la renta, considera normal que los encargados de los puestos de tacos, tortas y gorditas no quieran hablar con el reportero sobre la plaga de ratas, "ya que sería como preguntarle al diablo si no le extraña que la humanidad ande tan mal".

"Siempre he sido una persona libre, jamás me han gustado ni los horarios ni los jefes y por eso no me representa ningún problema haber pasado de patrón a empleado, puesto que en breve voy a vender un terreno y con esa lana voy a abrir otro restaurante, pero esta vez en mi tierra de origen: Tizayuca, porque ya no soporto más esta ciudad, que se ha convertido en un nido de ratas".

Jorge revela que exactamente afuera de la salida poniente del Metro se halla la principal madriguera de ratas, "la cual hemos tapado en varias ocasiones con piedras y basura, pero son tan hábiles, que han hecho entradas alternas, por lo que a las seis de la tarde, en cuanto se va la luz del sol, salen a tomar posesión de sus calles".

Pese a esto, Jorge considera que la verdadera plaga son las ratas, pero de dos patas, "las cuales quizá no tengan derechos, como decía el gobernador del Estado de México, pero en los puentes del Metro que unen la entrada con el andén hacen su agosto, puesto que escasea la vigilancia, por lo que les es fácil darse a la fuga después de atracar a los pasajeros".

Fuertes y sanas

Barrio ultrabravo por antonomasia, La Merced no sólo puede presumir de tener la mayor densidad de comercios, congales, basura, prostitutas o teporochos por metro cuadrado, sino también las ratas más grandes quizá del continente, las cuales se han desarrollado fuertes y sanas gracias al océano de desechos orgánicos que todos los días son arrojados en sus calles a la espera de que la delegación Venustiano Carranza se digne algún día a enviar un equipo de limpia.

Son las tres de la madrugada, y mientras las prostitutas rompen huacales para arrojarlos a una improvisada hoguera en donde, paradójicamente, se calientan a la espera de clientes, las verdaderas reinas de la noche se pasean por decenas entre los puestos ambulantes, bebiendo en los charcos de agua puerca o mordisqueando las bolsas de basura.

Espantadas por la presencia de la reportera gráfica, la cual trata en vano de echar a andar una cámara digital "que no funciona", las ratas se cuelan literalmente entre las rendijas que forman las banquetas y las jardineras.

"Estas ratas son mis amigas, ya que duermen conmigo e incluso me protegen, porque yo les hablo chido y les doy de comer", nos dice Simón, un niño de la calle de apenas 12 años que apesta a cemento y quien salió de la nada para preguntarle al reportero y a la fotógrafa qué estábamos haciendo.

El chamaco, con rostro lleno de moretones y habla cansada, se acerca a una coladera, en donde empieza a llamar a sus amigas con chillidos que, por increíble que parezca, son respondidos en un tono más agudo por un coro que suena como si fueran miles de roedores ocultos en aquella cloaca.

"Estas son mis cuatas, pero si van al tiradero de la nave de cárnicos se van a encontrar a las malas, que abusan de éstas porque son como tres veces más grandes e incluso se comen los gatos, los perros y hasta a los valedores que se quedan dormidos por culpa del chemo".

La curiosidad puede más que el miedo y a bordo de su vehículo los reporteros avanzan a vuelta de rueda por la calle trasera de la nave de cárnicos aproximándose poco a poco a lo que parece ser un tiradero de desechos del tamaño de una casa de interés social, el cual resulta insuficiente para contener toda la basura, entre la cual se aprecian además muebles rotos e incluso aparatos electrónicos.

"El suelo se mueve", señala la fotógrafa mientras el vehículo se acerca al depósito de basura, comentario que se transforma en un ¡ah! cuando las luces del automóvil revelan que lo que se mueve no es el suelo, sino decenas, o quizá miles, de ratas bien cebadas, muchas de las cuales tienen el tamaño de un gato.

Asustadas en un principio por la presencia de los reporteros, las ratas entran en confianza muy pronto e incluso varias de ellas se dan el lujo de juguetear o sostener animadas peleas en pos de un pedazo de carne, mientras la fotógrafa no puede evitar exclamar: "Dios mío, estoy en el paraíso de las ratas más grandes e inmundas del planeta y ni siquiera les puedo tomar unas buenas fotos".

El fuertísimo olor de la basura, que a duras penas hace que se pueda contener el vómito, pero sobre todo la multitudinaria cercanía de los roedores, invitan a retirarse del lugar, si bien la experiencia vivida sólo confirma que aquel que dijo que a cada chilango le tocan 50 ratas, se quedó muy corto. rluengo4@hotmail.com

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